El chacal de la trompeta
El
divertido personaje del “show” de entretenimientos “Sábados Gigantes”, oculto
bajo la túnica que protege su identidad, es, como sabemos, el responsable de
hacer sonar el odioso instrumento cuando el participante
que interviene en el concurso de cantantes aficionados, desafina al punto de
ser insoportable.
La puesta en escena ha sufrido ligeras
variantes, manteniendo al maldito de la máscara negra como el fatídico y último
responsable por permitir la clasificación del cantante de turno. A veces
abucheado, otras apoyado, su apodo y su fama se han extendido más allá de
programa y es usado popularmente cuando alguien juzga con dureza o condena
sumariamente a otros.
Le sigue a su intervención otra frase
popularizada por el público, mientras la multitud apunta hacia afuera del
escenario: “a los leones”.
El ser echado a los leones es el castigo
por su desafinada interpretación.
¿Gracioso verdad?
Claro que los leones no son “de verdad”.
Esto nos recuerda el pasaje donde Daniel
fuera echado al foso de los leones. Y por supuesto, Daniel no fue castigado por
desafinar cantando.
El pasaje de marras, la historia
completa, se encuentra en la Biblia, en el Libro de Daniel, de tan solo doce
capítulos.
Y sin extendernos demasiado, mencionemos
que el castigo fue por contravenir una orden del rey Darío, el medo. Tal
edicto, fue tramposamente elaborado por los sátrapas, y gobernadores, para
atrapar a Daniel en algo que violara una disposición real, la que en este caso
fue su devoción de orar tres veces al día, de cara a Jerusalén.
Y a Darío le dolió, puesto que tenía
Daniel en gran aprecio. Pero no podía derogar el edicto, que era, por las leyes
de Media y Persia, irreversible.
¿Qué hizo el rey?
-
Ayunó.
Pero antes de autorizar el que el
Profeta fuera echado al foso de los leones, le dijo: “El Dios tuyo, a quien tú
continuamente sirves, él te libre.”
Larga historia, corta: Daniel fue
preservado por Dios de ser devorado por los leones, y el rey mandó a los
acusadores a ser arrojados dentro de la fosa, donde fueron comidos ellos y sus
familias. Tremenda fiesta para los leones.
EL rey publicó un decreto que
transcribimos: “Que en todo el dominio de mi reino todos teman y tiemblen ante
la presencia del Dios de Daniel; porque él es el Dios viviente y permanece por
todos los siglos, y su reino no será jamás destruido, y su dominio perdurará
hasta el fin. El salva y libra, y hace señales y maravillas en el cielo y en la
tierra; él ha librado a Daniel del poder de los leones”
Darío no era judío, ni mucho menos
cristiano (el hecho ocurrió aproximadamente 530 años A.C.), y por supuesto, no
asistió a Sábados Gigantes a cantar.
Pero el rey poseía varias virtudes a
resaltar: conocía las leyes y las respetaba, tanto que se sujetaba a ellas,
reconocía el valor de los buenos
funcionarios de su reino, y detestaba la injusticia.
El monarca hizo también algo por su
apreciado súbdito: ayunó, se privó de diversiones, y no durmió.
Y la mayor virtud: ante el milagro de haber
sido mantenido vivo Daniel por toda una noche, en medio de leones cebados para
comer carne humana, y seguramente hambrientos; proclamó un edicto, reconociendo
y ordenando que Dios fuera temido.
¿Temido por cuánto tiempo?
No sabemos, pero el hombre olvida fácilmente.
Lo que sí sabemos es el tiempo de su dominio, HASTA EL FIN.
Recogemos varias enseñanzas de esta
sentencia y lo que siguió:
1)
Daniel no claudicó, ni dejó de orar ante
la amenaza de muerte.
2)
El rey puso de sí mismo lo que pudo para
que Dios librara de la muerte al siervo.
3)
Los malos fueron castigados de la misma
forma que tramaron castigar.
4)
Dios fue glorificado.
Recordemos que, con o sin trompeta, el
juzgar a los demás es asunto delicado y que: “con la vara que juzguemos,
seremos juzgados”
Oramos
en este momento para que todo los que accedan a esta lectura recuerden, cuando
escuchen “a los leones” que Dios permanece por los siglos, que está pendiente
de las oraciones y defiende a quienes le son fieles. Y que la ley de la siembra
y la cosecha está vigente, y lo que sembremos, eso cosecharemos, malo o bueno,
a su debido tiempo. En el nombre de Jesús. Amén
Bendiciones,
Te saluda tu hermano en Cristo.
Roosevelt Altez
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