aprendiendo a orar
La oración “religiosa”
“Les digo que
éste, y no aquél, volvió a su casa *justificado ante Dios. Pues todo el que a
sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” Lucas 18:14
La parábola del
fariseo (casta religiosa) y el recogedor de impuestos se destaca por su
relevancia. Nos ayuda a diferenciar la oración verdadera, humilde, nacida del
corazón, de la oración superficial, religiosa, hecha para los hombres y no para
Dios. El fariseo estaba acostumbrado a orar, o rezar. Ciertamente debería saber
como orar, conocía de memoria cientos de pasajes, tales como los salmos, tenía
“oficio” de orante. Empleaba buena parte de su tiempo en visitar el templo, sus
pies conocían de memoria los escalones y corredores del templo. Podía encontrar
de ojos cerrados su lugar habitual de oración.
En cambio, el recaudador de impuestos, ni siquiera se atrevía a elevar sus ojos
al cielo; consciente de condición de pecador, lo confesaba desde lejos, sin ni
siquiera entrar en el templo, decía: “O Dios ten compasión de mí que soy pecador”
El fariseo, con palabras y actitudes aprendidas, por hábito y entrenamiento, no
oraba realmente. Las palabras salían de su boca carecían de significado
espiritual.
No existía adoración, ni sinceridad, y por supuesto, nada de arrepentimiento.
Oración: Amado Padre mío, no quiero que mis oraciones sean como la del fariseo.
Quiero venir delante de tu trono con un corazón honesto y humilde.
Amén
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