El mejor Poema de Amor
Hay ciertos libros del Antiguo
Testamento que se han prestado para interpretaciones dispares, y que incluso se
ha puesto en tela de juicio su inclusión en el Canon Escritural. Tal es el caso
del Cantar de los Cantares o Canto de Salomón (en inglés).
Lo que nadie puede negar es que
es un poema de amor con contenido erótico, es decir, que algunos de sus versos
expresan ideas relacionadas con el sexo.
Pero este contenido sexual no
tiene un ápice de maldad o de desviación. Es claramente una relación amorosa
entre un hombre, supuestamente Salomón, y una mujer, la Sulamita.
El negar el amor eros, sexual, en
una pareja, es negar el íntimo y puro relacionamiento que se corona con la
procreación de un nuevo ser. Es decir que lo que Dios creó es algo sucio e
indigno, cuando es claro que Dios creó al hombre: “varón y hembra los creó”.
De carne somos, y Dios dijo: “
serán una sola carne”. La comunión es tan íntima que Pablo nos explica que el
pecado de adulterio es el más grave porque hay una penetración, y no sólo se
refiere al climax sexual entre la pareja (hombre y mujer, aclaramos). Hay una
penetración espiritual, una comunión de las almas que se tocan, porque están
compartiendo, dándose por entero el uno al otro.
La relación de Jesús con su
iglesia toma esta simbología, relaciona al novio –Jesús-, con la novia –la
iglesia- dándose por entero el uno al otro.
Esta relación es un paralelismo
detallado con la que el novio judío debia cumplir para llevar a la novia a su
casa, culminación del prolongado ceremonial y preparación, que podía durar mas
de un año. A tal punto que sigue los mismos pasos, que Jesús menciona que iria
a preparar una morada para cada uno de nosotros (Juan 14:2), la iglesia como un
todo. Luego, en Apocalipsis se nos anuncia proféticamente sobre las bodas del
Cordero, nosotros, la iglesia, con el novio, Cristo.
En el pasaje de Cantares 5:2-6,
la novia recibe la visita del novio en su casa:
“Yo dormía, pero mi corazón
velaba. Es la voz de mi amado que llama: -Abreme, hermana mía, amiga mía,
paloma mía, perfecta mía, porque mi cabeza está llena de rocío, Mis cabellos de
las gotas de la noche.
-Me he desnudado de mi ropa;
¿cómo me he de vestir? He lavado mis pies; ¿cómo los he de ensuciar?
Mi amado metió su mano por la
ventanilla, y mi corazón se conmovió dentro de mí. Yo me levanté para abrir a
mi amado, Y mis manos gotearon mirra, Y mis dedos mirra, que corría sobre la manecilla del cerrojo. Abrí yo a mi
amado; pero mi amado se había ido, había ya pasado”
La novia duerme pero no está
soñando, su corazón vela. Siente en su espíritu que el novio la viene a
visitar. Llega tarde en la noche, lo sabemos porque ya está cayendo el rocío.
Ella lleva ya tiempo acostada, la somnolencia ha ganados sus sentidos, está
cómoda en su lecho, limpia de pies a cabeza, lo que la hace vacilar en
contestar el llamado. Se demora. El novio mete la mano por la ventanilla, no
hay dudas que quiere entrar en el aposento pero ella no acude, la actitud de
relacionarse, de tener comunión es clara. El corazón de la Sulamita se
conmueve, hay una percepción en el terreno sobrenatural, de espíritu a
espíritu.
De una belleza poética
inigualable es la mención de que ella, al tocar el cerrojo, mojó sus manos con
mirra dejada allí por su amado.
La mirra significa que el novio
llegaba listo para agradar a la novia, era mirra líquida, nueva, de la misma
que se usara por meses para preparar a Ester (Libro de Ester) para presentarse
delante del rey.
La mirra simboliza también la
unción del Espíritu Santo pues era uno de los componentes para preparar el
aceite de la Santa Unción, que se usaba en el Tabernáculo de Reunión para ungir
a los sacerdotes. Los componentes exigidos al perfumador para crearla eran
específicos, al igual que las proporciones.
La mirra representó el
sufrimiento de Jesús en la Cruz del Calvario, pues en su estado sólido es roja,
como las gotas de sangre derramados por Él por amor a su Iglesia, su Novia. La
mirra es un regalo real, un ungüento reservado para momentos especiales; el
niño Dios la recibe en el pesebre, junto con el oro y el incienso.
El amado llega impregnado de
mirra, al punto de dejarla en el cerrojo, emana el aromático ungüento de su
ser, y éste moja las manos de aquella, que por su tardanza en responder, sólo
recibe lo que atestigua que el amado estuvo a la puerta, apenas unas gotas de
todo lo que habría podido recibir si no se hubiera tardado.
Abre la puerta pero el amado ya
no está, "había ya pasado"
Meditemos sobre esto.
Muchas veces ansiamos recibir la
visita interior, sensible, de Dios y Jesucristo, por el Espíritu Santo. Lo
buscamos y no nos responde, insistimos un poco, y nos desanimamos. Nos
retiramos a dormir o a nuestros quehaceres. A veces estamos orando y el
espíritu nos dice que sigamos, pero nuestros sentidos nos alejan de la
dimensión espiritual. Debemos hacer esto o aquello, contestar el teléfono,
preparar la comida, o ir a descansar. Pero algo en nuestro interior todavía
clama, celosamente nos ansía. Es el Espíritu Santo, buscando nuestra atención.
Y nos demoramos en contestar, mil
asuntos nos distraen. Y de pronto nos damos cuenta de la importancia del
llamado, de la urgencia de quien llama, y de la bendición que encierra el
responder. Y lo hacemos.
Abrimos la puerta de nuestro
corazón, sentimos una ráfaga de amor que nos acaricia. Pero ya es tarde. El
novio ha pasado de largo.
Entonces nos entristecemos,
volvemos a orar, a clamar. El novio no responde. El rastro de su unción en la
puerta cerrada no deja duda que había venido a visitarnos. Pero tardamos. No
velamos como se nos había ordenado.
Y una profunda tristeza nos
invade porque por mucho tiempo habíamos esperado la visita.
¿Cuántas veces Jesús nos ordena
velar?, ¿cuántos ejemplos nos pone para que entendamos?
Pero dormimos.
Indolentemente dejamos pasar la
oportunidad.
Como nos ama con amor eterno,
volverá a nosotros una y otra vez.
Pero un día el novio, tal como lo
hacía en tiempos antiguos, vendrá a buscar a la novia definitivamente, por
última vez. Y entonces no habrá otra oportunidad.
Como la parábola de las novias
displicentes, que olvidaron cargar aceite de reserva para sus lámparas, muchos
quedarán del otro lado de la puerta cerrada, golpeando para entrar sin recibir
respuesta.
Oremos para que el Espíritu Santo nos de la voluntad de
permanecer velando, alerta, para no desfallecer aunque el novio demore. Es
seguro que vendrá.
Y no queremos quedarnos afuera.
Amén
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